La
hibernación del águila
Por: José Díaz Díaz
Muchas veces, en la naturaleza encontramos ejemplos de cómo muchos de los seres vivientes nos indican el camino—no siempre fácil —
para la renovación total de una condición actual.
Siempre que una crisis, de cualquier tipo que sea, toque a
nuestra puerta quizás debamos hibernar para que en la quietud del
apaciguamiento podamos vislumbrar la ventana que nos conducirá a insospechados
lugares de regocijo vital.
La
reina de las aves más poderosa del mundo, vive en promedio setenta años. Puede
alcanzar velocidades de 240 a 300 kilómetros por hora; alcanza a volar a una
altura superior a los 7.000 metros sobre el nivel del mar. Su visión es 4 a 5
veces mejor que la de un ser humano. La retina es superior a la del hombre.
Nosotros tenemos 200.000 conos por milímetro cuadrado, mientras que las águilas
tienen un millón.
Sin
embargo, a la mitad de su vida debe tomar una decisión transcendental de
renovación para vivir una larga vida.
Con
los años se encorva su poderoso pico que le permite cazar, sus garras se
vuelven débiles, el plumaje de sus alas que se extiende hasta dos metros de
longitud que le permite volar, se vuelven gruesas y pesadas.
Entonces
el águila tiene la alternativa de morir o enfrentar un doloroso proceso de
renovación de aproximadamente 150 días.
Deberá
volar a la soledad de la montaña más alta. Permanecer en el silencio y la
soledad durante el proceso de renovación.
El
águila comienza a golpear su pico contra la roca hasta que logra arrancarlo.
Esperará el nacimiento del nuevo pico y con el desprenderá cada una de sus uñas
y talones. Luego cuando han nacido sus nuevas uñas y talones, comienza a
desprender una a una sus viejas plumas. Y luego, después de este largo proceso
de 150 días de hibernación, extiende sus poderosas alas renovadas y vuelve a
las alturas a continuar su majestuoso viaje.

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