La perturbadora herencia de Roberto
Bolaño
©José
Díaz-Díaz
Director
de La caverna, escuela de escritura creativa
Fundación
La caverna&American Hispanic Empowerment
joserdiazdiaz@gmail.com
Pueden ser
varias las claves para tratar de comprender el universo literario del escritor
chileno Roberto Bolaño (1953-2003), convertido en verdadero mito posmoderno de
la narrativa escrita en Latinoamérica. Yo prefiero guiarme por los guiños que
los elementos de la metaliteratura nos proporcionan, tales como los discursos
fragmentarios característicos de sus novelas y relatos, en donde lo
autorreferencial y las anécdotas se convierten en un medio de reflexión sobre
la identidad del autor, de su mundo literario y de su entorno social. A partir
del seguimiento de esas señales recurrentes nos vamos a topar con dos grandes
temas: la reivindicación de la memoria histórica y el diagnóstico del
emigrante, exiliado y viajero imparable.
“A veces, la
patria de un escritor no es su gente sino su memoria”, explica Bolaño en su
discurso de Caracas en 1999, al recibir el premio Rómulo Gallegos por su novela
Los Detectives salvajes (1998). Y es que la recuperación de la Memoria social
adquiere especial relevancia en la narrativa que se escribe a finales del siglo
XX y comienzos del XXI, dada la tendencia al «borrón y cuenta nueva» que las
historias oficiales tratan de imponer. En contraposición, la literatura se
ocupa de evitar el olvido de las trágicas y malévolas experiencias de la
humanidad en esos lapsos. Pensemos nomás en las dos guerras mundiales, en los
campos de concentración nazis de Auschwitz, en el estalinismo borrando a veinte
millones de personas; pensemos en las dictaduras de España, Argentina, Chile,
Nicaragua, Cuba, etc. tratando de hacer olvidar sus atrocidades. Pensemos en
Los asesinatos bárbaros de la plaza de Tlatelolco (1968) y en el sinnúmero de
crímenes de mujeres en ciudad Juárez, en México, temas relevantes en Los
detectives Salvajes y en 2666, respectivamente.
La novela
póstuma de Bolaño llamada curiosamente 2666 (sugiriendo rasgos orwellianos de
su novela 1984, o aires de la novela underground de Murakami llamada 1Q84),
apunta a consolidar símbolos sobre el incierto futuro de la humanidad y sobre
la maldad que pareciera corroer la conciencia del hombre actual. Publicada en
el 2004, en sus cinco partes y más de
mil cien páginas, recoge y transpira ese mundo de desasosiego, turbador e
inasible donde el argumento es convertido en rasgos y secuencias de historias
entrecruzadas y mutiladas que nos empañan la conciencia al mismo tiempo que nos
recuerdan con trazos de dolor e incertidumbre la historia de Europa y América
del siglo que termina.
Bolaño se jugó el todo por el todo en esta
obra que nos legó como parte de su herencia y que apenas se está comenzando a
leer en los países hispanoamericanos. En Estados Unidos ya fue reconocida por
el Círculo nacional de críticos (NBCC) como la mejor novela de ficción del 2008.
Jorge Volpi se refiere en un artículo reciente sobre la obra en cuestión, de la
siguiente manera: “ Bolaño sabía como lo sabía Nietzsche, que su obra fue
escrita con la certeza de que sería póstuma; porque lectores y escritores y
críticos apenas han comenzado a saquear sus cavernas, a remover sus arenas, a
desbrozar sus tierras, a desecar sus marasmos, a civilizar sus selvas, a
alimentar a sus fieras, a clasificar a sus artrópodos, a vacunarse contra sus
plagas, a resistir sus venenos. Porque, como su título
anuncia, 2666 fue escrita como una bomba de tiempo destinada a
estallar, con toda su fuerza, en 2666”.
Otro de los
legados que Roberto Bolaño nos deja es, como ya indiqué, el de indagar en la
conciencia del hombre actual para tratar de configurarle su rostro, a partir de
los propios datos biográficos del autor. Del itinerario de sus recorridos por
México, Europa y España, Bolaño extrae la materia prima de su narrativa. De
este modo el carácter biográfico, velado, ya sea por la utilización de álter
ego (Arturo Belano), o de escenarios reales con nombres ficticios tales como
Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez. La mezcla de la ficción con la
historia; la utilización del intertexto, del dato, de la anécdota real, de la
visión surrealista de sucesos y acontecimientos (infrarrealista, como el
movimiento poético que creó), nos lleva a concluir que el edificio del un
universo literario bien se puede construir con los retazos de sus andanzas por
este mundo alucinante y contradictorio.
Huyendo de Chile, Bolaño se mantiene en Chile.
Así lo afirma Rodrigo Pinto cuando dice que junto a ese esfuerzo identitario la
narrativa de Bolaño presenta una crítica política consistente en la recuperación
del pasado: desde la matanza de Tlatelolco a las torturas del Chile de
Pinochet, pasando por la explotación de los inmigrantes ilegales en el Ampurdán
de la costa de Barcelona. Los personajes de Bolaño están siempre en movimiento,
huyen de dictaduras y de persecuciones políticas, de enigmas inexplicados y de
misteriosos designios. Buscan un lugar en donde sobrevivir, aunque sea en un
urinario. Es «la desgarradora búsqueda de una generación, la suya, que ha
estado buscando en el vacío, y que, en un país sin futuro sólo parece encontrar
respuesta en un pasado ya perdido».
Otras veces el desplazamiento es en busca de
un mito, como el de la poeta Cesárea Tinarejo, en Los detectives salvajes, y
esos mitos son útiles para acabar con ellos o para reevaluarlos. Pero siempre
hay un pasado detrás, un pasado que dejan o que los persigue. Y ese pasado es
fuente de identidad, aunque los mitos de identidad se han convertido en fuentes
de ironía en la narrativa de los últimos años, en un tiempo en que los mitos
del pasado ya no parecen tener cabida como consecuencia de una globalización
que rompe con el paradigma de lo nacional a favor de un modelo postnacional.
Lo
patéticamente paradójico es que esa búsqueda de identidad personal y universal—
que es lo que hace a la obra de Bolaño importante y trascendente—culmina en
mostrar un vaporoso estar de la ausencia, el vacío de valores, y el desastrado
espíritu de una época pobre de espíritu. El mismísimo escritor Roberto Bolaño
ya no es ni chileno ni mexicano ni español. Evade todo nacionalismo a la vez
que impulsa su ideal de la nueva narrativa latinoamericana: lo transnacional. Y
en esa búsqueda creó una tendencia que pone fin al <<macondismo>> y
al estilo del realismo mágico, que gracias al boom literario de los años
setenta se impuso como modelo a seguir por los autores noveles y avezados y se
erigió como imagen y libreto por más de cincuenta años.
A mi modo de
ver, el testamento literario de Bolaño contiene muchos numerales e incisos,
todos de una importancia de primer orden. Otro será el momento de continuar
puntualizando sobre ellos. Por ahora, me conformo con saber que nos encontramos
ante la presencia-ausente del escritor más controvertido de las últimas décadas
y, no por su corpus narrativo, que es de indudable calidad, sino más bien por
su actitud contestataria que lo llevó por igual a arremeter contra las vacas
sagradas de la literatura y contra la mediocridad de los «escribidores» de
bestsellers.
Ahora nos estamos acostumbrando a sacudirnos
de la lectura de discursos redentores para disponernos a enfrentarnos— como
lectores desvalidos— a la narrativa de este grande de las letras, estigmatizado
con el mote de «escritor maldito». Preparémonos para leer novelas carentes
de cuentico o argumento, y a enfrentarnos a un texto en donde la historia,
apuntalada solo en un Lenguaje de naufragio y sobrevivencia, se construye como
una red monstruosa e inasible apenas enhebrada con boronas de vida y de vacío
existencial.



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