De Vargas
Vila a Fernando Vallejo: destapando a los escritores malditos
José Díaz -Díaz
Articulo tomado de Suburbano. Net ENSAYOS -PERFILES- CRÓNICA-ENTREVISTAS / Por José Diaz / 15 mayo, 2015 / 2015 Vol 5, De Vargas Vila a Fernando Vallejo: destapando a los
escritores malditos.
No es gratuito que empaquete en el
mismo saco a otro de los irreverentes escritores colombianos como lo es
Fernando Vallejo, con quien los une una irremediable atracción de su prosa a
las calamidades de su patria. La universalidad literaria de la tendencia
posmoderna en cuanto a temática se refiere no es su fuerte, pues si les
quitamos el telón de fondo del paisaje político de su adolorida geografía, es
poco lo que queda de su discurso. En todo caso, la validez de su mensaje está
ahí presente para que sea el lector quien lo deguste, lo digiera y lo valore
con los instrumentos emotivos, intelectuales y estéticos que cada quien posea.
En este artículo me referiré expresamente a Vargas Vila. La intención es la de dar puntos de apoyo para la aprehensión de su dimensión como ser humano y como escritor. En un artículo posterior hablaré sobre Vallejo.
Controvertido como el que más, José
María Vargas Vila (1860-1933); fue un producto intelectual de su tiempo, que no
pudo escapar en la expresión de su ideología, a la nefasta influencia de sus
dolorosas experiencias infantiles y juveniles sufridas en una Colombia federal,
enfrentada por el poder entre la hegemonía clerical y el pensamiento liberal de
la época.
Signado de por vida por un destino de
derrota en su patria, perseguido y excomulgado, se exilió el resto de sus días
en ciudades que lo forjaron como intelectual de vanguardia, al lado de José
Martí y Rubén Darío; tomando como escenario de su infatigable actividad
cultural a New York, París y Roma. Después de representar en condición de
diplomático a Nicaragua y Ecuador en España, escogió como cuna de su muerte a
Barcelona.
Iconoclasta, anticlerical y
nihilista, Vargas Vila no asume en sus escritos ningún sistema filosófico en
particular. Del romanticismo retoma su visceral amor por la patria y la verdad;
por la decencia y la virtud; por la libertad y la independencia de espíritu.
Del racionalismo, enaltece a la razón, como timonel del corazón y su discurso
se convierte en ética del superhombre soberbio alejado del vicio y amante de la
sabiduría. Misógino a medias —pues ama a su progenitora sobre todas las cosas—
escandaliza al huir del amor de la mujer al sentirla como enemiga virtual de su
libertad.
En cuanto a su herencia literaria,
dejó alrededor de cien libros entre poesía, ensayos y novelas; relatos de
viajes, obras de teatro, notas de historia y de estética; artículos de crítica.
Su prosa encendida y conceptual, a veces panfletaria, refleja la influencia
cultural de su época y el compromiso vertical con su momento histórico,
sufriente literato con vocación de héroe. En todos ellos campea el amor por la
libertad y la pasión por la justicia social.
Sus libros fueron prohibidos por las
autoridades de turno (ignorancia enquistada en el poder) y su lectura en
Colombia, entre ellos Ibis (1900); Aura o las violetas (1887); Los divinos y los humanos (1904); Los parias (1914); Ante los
bárbaros (1917); Lirio rojo (1930) que fue estrictamente clandestina. Las
generaciones de lectores de los años cincuenta fueron despertadas con temas
transgresores nunca antes escuchados ni leídos debido a las murallas impuestas
por una cultura provinciana y menguada.
José María Vargas Vila y Fernando
Vallejo, con el arma de su pluma y de su verbo, enrostran, más allá de toda
consecuencia, la codicia y la mezquindad de la dirigencia de su país, que aún
hoy no ha podido o no ha querido resolver los graves quebrantamientos de un
cuerpo social avasallado y que por siglos transita una historia de desasimiento
y dolor.
Valga anotar que la causa fundamental
de la inquina contra Vargas Vila por parte del estamento gobernante de
entonces, fue su irreductible anticlericalismo, su apasionada defensa del libre
pensamiento. En la oración fúnebre para su amigo el poeta Diógenes Arrieta
(1897), en París, pronunció esta frase sobre Colombia, que jamás se la
perdonaron:
«¡Duerme en paz, amigo, lejos del
imperio monacal que nos deshonra!».
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