Poema
con P de pandemia
Por: José
Díaz- Díaz
Hollywood,
Florida mayo de 2020
Busco
el tono preciso del poema
de
la manera como el guitarrista tiempla las cuerdas de su guitarra
antes
de comenzar a cantar la canción que inaugurará su nuevo día.
Y
el tono vibra en mi corazón como corriente de sangre alborotada
queriendo
salir para pintar un cielo carmesí
ese
mismo cielo que otrora fuera fino azul,
y
hoy, solo nublada oquedad
y baboso desperdicio de horizonte.
¡Es
que tengo miedo de morir!
La
pandemia me grita: “eres frágil y sensible como junco doblado
en
la fantástica mirada de un niño que sueña con los ojos cerrados”.
A
ese punto, me pregunto:
¿Y
es, acaso, que he vivido?
No
lo sé. Solo sé que estoy rodeado de canallas,
de
grotescos maniquíes insuflados de terrible indiferencia,
de
zombis fanáticos que supuran egos como heces no aptas para abonar la tierra que
antes fue cantera de vida y esplendor de enceguecedores rosedales…
Aun
así, antes vivía porque sí.
aunque sabía de mi cuerpo demacrado
y de la soporífera olla en que se cocía el
vecindario.
Podría
afirmar que habíamos hecho con la comunidad un pacto de estéril convivencia.
Y
los buenos, ¿dónde están?
Ah,
ya veo: en los hospitales arriesgando su vida para salvar la de otros,
y
los hombres de ciencia en los recintos indagando la cura del espectro.
Sí,
los buenos están ahí, y son muchos, de seguro,
pero
el ruido, la manipulación y el garrote lo tienen los verdugos.
Y
hoy hasta el aire que respiro me trae a sospecha,
el
vecino lo siento mi enemigo,
el
pan que consumo puede venir envenenado con el fantasmal virus de la muerte.
La
madera del mueble que antes acariciaba con complaciente deleite
hoy
es sospecha de muerte, pues puede albergar partículas del COVID-19
No
hay parques abiertos y los niños me miran con tristeza.
No
hay moteles abiertos y los furtivos amantes se secan en la espera.
Los
aeropuertos cerrados impiden el vuelo del amante para unirse con su amada
lejana.
Los
rostros pululan ocultos no sé si conspirando o acechando el ataque.
Las
mascarillas multicolores que miro por doquier, esconden el miedo y los ojos
vidriosos eructan pánico y odio acumulado.
No
veo sonrisas en las caras, no veo las manos encubiertas por guantes engañosos.
Hasta
las suelas de mis zapatos lucen inciertas como esperando el mínimo descuido
para llevarme a la máquina respiratoria, donde no hay garantía de
sobrevivencia.
¡Joder!
Y
encerrados en casa solo el espíritu parece engrandecerse.
Pero
ya sabemos que también el cuerpo necesita proteínas.
Y
el salario no va más.
Y
el comercio no va más.
¡Y
la industria del espectáculo solloza porque sus arcas han dejado de subir…!
Y
no hay lugar a dónde ir, a dónde huir.
¡El
planeta es un tinglado total!
Y
el gran farsante ingiere hidroxicloroquina para conjurar la peste que arruinará
su vida.
París
sin museos ni conciertos no es París. New York es una gran manzana envenenada,
y
Roma delira en la voz esperanzada de un orate que nadie reconoce.
¿Pero
saldremos de esta encrucijada?
¿Será
posible?
Tiemplo
el tono del poema como de niño templaba las cuerdas de mi guitarra para
acompañar una elemental canción de moda.
Mi
alma está en plena cuarentena, pero será para bien.
Y
si salimos de esta, que sea a fuerza renovados.
Si
no ¿para qué?
Con
ropaje nuevo, vestidos de compasión y tolerancia;
ligeros
de equipaje.
Como
«hijos pródigos» volviendo a la tierra con ojos de asombro
y
mirada genuina solo nublada de agradecimiento.
Solo
así quiero la sobrevivencia:
Como
flores limpísimas emergiendo del oscuro pantano
Como
mariposas bellísimas emergiendo de la matriz del gusano
Como
hombres de delgada piel y ojos de lluvia de amanecer.
Si
no, ¿para qué?
Jic Bugallo ¡Bravo, José!
ResponderBorrarSimplemente sigo tus pasos, maestro. Un abrazo.
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