Sin Crítica Literaria no hay buena Literatura
© José Díaz- Díaz
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Sin Crítica
Literaria no hay buena literatura, afirman los defensores del ejercicio
intelectual cuyo oficio—entre otras cosas— es el de exaltar las bondades de una
obra, llámese esta: cuento, relato, novela o poema. Lo que yo puedo colegir de
esa afirmación es que las dos: Literatura y Crítica son una especie de hermanas
siameses que se retroalimentan pues en definitiva, las funciones de una le
sirven a la otra para salvaguardar su sobrevivencia.
Pero, vamos
al grano. El Ensayo Crítico en nuestro medio casi brilla por su ausencia y son
muy pocos los lectores que apuntalan este ejercicio. Sin embargo, esta carencia
parece caracterizar a toda latinoamérica salvo pocas excepciones. Para nadie
es un secreto que las grandes editoriales son quienes imponen autores y libros y
llenan los anaqueles con bodrios de todo tipo. Los periódicos acabaron con las
llamadas páginas culturales y en la tele, ¿ha visto usted, por casualidad, un
programa de Crítica de libros? Claro que no. Los juicios, las reflexiones
literarias poco interesan a los empresarios de los Medios quienes, de paso,
tienen envilecido el gusto popular de tanta bazofia que le procura. El público
actual— ya nos lo ha demostrado con amplitud la sociedad de consumo— nace, se
reproduce y muere en niveles proclives a lo ramplón, al facilismo y a la gris
inmediatez.
En cuanto a los esfuerzos que hace la Academia
por facilitar al público lector trabajos accesibles de entender, ya lo
puntualizaba el profesor colombiano Pablo Montoya en un artículo sobre el tema, cuando dice que los estudios especializados muchas veces vienen cargados de un
lenguaje que solo satisface la sed de los mismos académicos. El artículo
académico, ahora con las fórmulas de la «indexación», parece preocuparse solo
por llenar requisitos de institutos y no se configura en lo que debería ser:
aquel texto apoyado en el rigor que desentrañe esencias, despeje tinieblas y
señale nuevos caminos interpretativos donde hay congestión o ninguna ruta por
seguir. Estamos en mora de mostrar (si es que lo hay) ese texto afianzado en el
cultivo de una escritura que sea capaz de suscitar no solo la emoción
intelectual, sino el entusiasmo propio del rigor investigativo.
Edward Said, uno de los últimos y grandes
exponentes de la crítica académica, previno frente a esta exacerbación de la
jerga filológica, de corte ya estructuralista, psicoanalista o posmoderno, que
se aleja peligrosamente de las múltiples y vitales realidades sociales y
estéticas del texto literario, que más parecen autopsias interpretativas con
bozales, que dejan al lector extraviado en un limbo gramatológico sofisticado.
Otra actitud
contraria al desarrollo de la Crítica proviene de algunos autores que ven en el
crítico a un destructor y «chulo» del trabajo creativo, más que como a un
aliado de sus esfuerzos artísticos. Algunos son autodidactas que desconocen la
existencia de una Historia de la literatura y hasta el desarrollo evolutivo de
la creación literaria; de sus estilos y movimientos y hasta de sus
representantes más probados, creyendo ingenuamente que su producción tiene
valor porque sí. Para ilustrar con un ejemplo, hace unos meses se difundió por
todos los Medios una declaración de Paulo Coelho hablando despropósitos de
crasa ignorancia sobre el padre de la modernidad James Joyce. Son los “escribientes”
a que se refería el chileno Roberto Bolaño en sus comentarios cuando de
defender la dignidad de la literatura se trataba.
Es oportuno
también señalar que existe más de una actitud perversa en el ejercicio de la
Crítica que en nada contribuye a mantenerse en el nivel literario que le
corresponde en cuanto Ensayo que debería ser, junto a los otros géneros como la
poesía y la narrativa. La actitud más deplorable que salta a la vista es la
autoritaria, dogmática; la que ejercen los críticos que creen tener siempre la
verdad en el bolsillo. Ese modelo machista, patriarcal, reaccionario y fantoche
siempre ha perdido el respeto de autores que realizan su trabajo con probado
profesionalismo. El caso extremo y por desgracia muy común es el que ejerce el
crítico carente de pudor ético que lo lleva a venderse y caer en la adulación
fácil o en la pretensión de elevar y posicionar obras y autores que adolecen de
graves fallas para que se les ubique como figuras de primer orden en el mercado
del libro.
Un sano ejercicio
de la Crítica Literaria debe superar todos esos escollos para que pueda
recuperar su función esencial cual es la de argumentar, señalar y puntualizar
los cauces por donde debe transitar el ejercicio de la escritura creativa. Debe
ayudar al escritor para que extraiga del lenguaje lo mejor de su materia y
potencie sus vetas intrínsecas. Como dice Alfonso Reyes, esta posibilidad sólo
existe en la manifestación material del lenguaje: “la literatura es la
actividad del espíritu que mejor aprovecha los tres valores del lenguaje: la
gramática, la fonética y la estilística”.
Un crítica
literaria ecuánime debe apuntar a convertirse en faro para lograr un balance
reflexivo que nos saque del oscurantismo imperante en cuanto a los valores
directrices de un trabajo artístico que justifique y proponga escrituras que
nos alejen de los falsos valores éticos y de espejismos técnicos de moda.
Les comparto
algunos consejos, sugerencias y reglas que el escritor y crítico literario
estadounidense John Updike se imponía al realizar su labor. Normativas por
demás dignas de ser tenidas en cuenta por quienes realizan este oficio:
1. Intentar
comprender lo que el autor se propone realizar, y no culparlo por no haber
logrado lo que no intentó.
2.
Transcribir suficiente cita directa –-cuando menos un pasaje extenso-- de la
prosa del libro de manera que el lector de la crítica pueda formar su propia
impresión, obtener su propio gusto.
3. Confirmar
la descripción del libro con citas tomadas del libro, aunque sea una sola
oración, en vez de proceder con resúmenes confusos, difíciles de leer.
4. Proceder
con cautela al resumir la trama, y no revelar el final.
5. Si juzga
que el libro es deficiente, cite algún ejemplo exitoso que va por el mismo
estilo, proveniente ya sea de la obra del autor o de cualquier otro sitio.
Intente comprender el fracaso. ¿Está seguro que es de él y no de usted?
A estas
sólidas cinco reglas puede agregarse una sexta, cuyo propósito es conservar la
pureza química en la reacción entre producto y evaluador. No aceptar para la
crítica algún libro al que esté predispuesto a no gustar de él, o que por
amistad esté comprometido a gustar de él. No se considere el guardián de alguna
tradición, el defensor de los estándares de cualquier grupo, un guerrero en una
batalla ideológica, un agente de correcciones de cualquier naturaleza. Nunca,
nunca… intente «poner en su lugar» al autor, convirtiéndolo en un títere en un
concurso con otros críticos. Critique el libro, no la reputación. Ríndase a
cualquier hechizo, débil o fuerte, que le sea echado. Es mejor halagar y
compartir que culpar y prohibir. La comunión entre el crítico y su público está
basada en la presunción de ciertos posibles placeres en su lectura, y todas
nuestras exclusiones deben inclinarse hacia ese fin.
No quisiera
pecar de pesimista pero pienso que nos están haciendo falta ensayistas de la
talla de Montaigne; de humanistas como Unamuno y Ortega y Gasset; de críticos
que ejerzan su oficio sin prepotencia, con humildad y con claridad. Y en cuanto
a los escritores, ¿por qué no darnos una zambullida por los mares de Michel
Foucault o de los trabajos teóricos de Borges, de Umberto Eco o de Vargas
Llosa?
Fundacionlacaverna.blogspot.com
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