José
Saramago y el tema de
la muerte
© José Díaz -Díaz
Fundacionlacaverna.blogspot.com
A propósito de la pandemia que estamos padeciendo
por la expansión global de COVID-19, el tema de la muerte se hace presente de
modo imperativo y reiterativo tanto en reflexiones individuales como en diálogos
colectivos.
Y desde nuestro enfoque literario—que como lente
ubicuo se convierte en brújula obligante—aterrizamos sin querer en la
extensa obra de Jose Saramago para admitir que el centro de su atención es justamente
el tema de la muerte.
Para corroborar lo anterior me referiré sucintamente
a dos de sus novelas: Las
intermitencias de la muerte y Ensayo sobre la ceguera.
En
cuanto a la primera, consolida un asunto novelístico de carácter universal, donde
tienen cabida todo tipo de inquietudes humanas desde lo más simple y anodino
hasta las reflexiones filosóficas más preocupantes que el hombre de nuestra
sociedad actual puede y debe cuestionarse.
Sin
embargo, el abordaje de estas cuestiones esenciales para entender ese “ser para
la muerte” sartriano, no lo realiza Saramago desde una fácil postura literaria descriptiva
o ensayística, sino que la asume como voz Crítica del hombre de su tiempo y de
su pueblo, específicamente ese hombre que vive en democracia y en catolicismo.
La
programación mental de nuestros conciudadanos robotizados personificada en sus personajes, filtran
inconsistencias en su sistema de valores y el igualitarismo avasallante, la
masa informe, el redil abúlico que caracteriza nuestra sociedad, se desglosa nítido
bajo la pluma de este escritor de deslumbrante sátira e ironía inmisericorde.
El
humor negro corroe la inconsistencia ética de un Estado conformado por burócratas
ajenos al servicio social y montado sobre un tinglado adornado de símbolos
patrios, de presidentes ineptos de ministros incapaces y de Instituciones
obsoletas mantenidas para reforzar la supervivencia del circo. El Gobierno es
una voz impersonal, implacable y demagógica que impone su verdad como realidad
definitiva.
El
ejército y el clero son entes abstractos que dictan las normas y los
comportamientos domésticos hasta el detalle más insignificante y la Ley moral o
civil dictan las pautas de lo que es y debe ser.
En
este sentido Saramago es un crítico de la estructura social e ideológica del
hombre contemporáneo de occidente, de su historia y de sus instituciones y
hasta de su gramática.
Es
un escritor que sufre su tiempo—este tiempo— golpeando la llaga de su
imperfección.
En la novela: Las intermitencias de la
muerte, el autor asume ese fenómeno natural de la vida como un rutinario
hecho social en sus implicaciones cotidianas, convirtiendo en comedia divertida
lo que podría ser un tema trágico de avasallante inquietud existencial. El
narrador omnisciente que lleva el hilo argumental pareciera ser la anodina voz
impersonal de un funcionario público donde no pocas veces lo ridículo y lo
absurdo se mezclan para hacer sentir al ciudadano común como un robot enajenado
atrapado en el engranaje supra-real de sus instituciones.
Saramago
trata de retratar nuestra sociedad de cuerpo entero. No olvidemos que en esa
foto también nos encontramos nosotros.
En la
novela Ensayo sobre la ceguera, Saramago, el Nobel y doctor honoris causa
por mas de cinco universidades, crea una fantástica alegoría sobre la ceguera interior
que sufre nuestra sociedad actual, que no ve el desbarrancadero por donde se
apresta a saltar. “No hay peor ciego que el que no quiere ver" parece ser
la plataforma por donde deambulan los personajes patéticos de esta trama tragicómica.
Nuevamente
la angustia y la muerte; la feroz lucha por la sobrevivencia diaria, el delirio
cotidiano ante la incertidumbre, son pincelados por el autor con magistral
pluma al integrar un elemento estructural en su narración, la cual está plasmada
en un estilo único y diferente al de cualquier autor contemporáneo. Me refiero
a la particular manera de tejer el hilo discursivo utilizando una semántica
inusual y una sintaxis heterodoxa que solamente el lector podrá completar simultáneamente
en el mismo momento de su lectura. La escenografía citadina apocalíptica donde
podremos apreciar con pavorosa seducción ese deambular envilecido, de ciegos abrumados
por su condición de criaturas sin virtudes, nos la narra Saramago con plenitud
de imágenes sensoriales como si de una película proyectada en una pantalla gigantesca
se tratara.
El Narrador
colectivo y omnisciente como si fuera la conciencia total es quien dirige el
argumento actuado por los personajes títeres. Los Diálogos
son directos sin utilización de rayas de apertura o cierre como suele usarse en
la prosa tradicional.
El
narrador mezcla descripciones y disquisiciones con las voces de sus personajes
quienes dicen y piensan dentro del contexto de la voz del narrador, que asume
una postura de conciencia colectiva que juzga cada uno de los hechos narrados. En el siguiente párrafo veremos cómo el narrador
todo lo critica con tono ético, que como hemos afirmado, define su estilo:
“En cuanto a
nosotros, nos permitiremos pensar que si el ciego hubiera aceptado el segundo
ofrecimiento del, en definitiva, falso samaritano, en aquel último instante en
que la bondad podría haber prevalecido aún, nos referimos al ofrecimiento de
quedarse haciéndole compañía hasta que llegase la mujer, quién sabe si el
efecto de la responsabilidad moral resultante de la confianza así otorgada no
habría inhibido la tentación delictiva y hubiera facilitado que aflorase lo que
de luminoso y noble podrá siempre encontrarse hasta en las almas endurecidas
por la maldad”.
Amigo lector, recordemos que la expresión
artística suele ser el reflejo de la realidad que nos cobija. Y en el arte
literario de José Saramago esa expresión se nos vierte dolorosa, cruel sin concesiones
ni atenuantes. Saramago es la conciencia de nuestro tiempo. Leámoslo para que
la catarsis se inicie.
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