Kafka y los múltiples rostros del Palimpsesto
©José Díaz- Díaz
Director de La Caverna,
escuela de escritura creativa
Fundacionlacaverna.blogspot.com
En fin, para evitar que el muchacho continuara con sus elucubraciones y termináramos hablando de todo y de nada, me enfoqué en el tema no sin antes inquirir si alguien de los presentes conocía de la cuestión. Todos negaron con la cabeza y un silencio nos sobrecogió con un patetismo majadero que no venía al caso.
Me enfoqué dentro de lo que mi frágil memoria me lo permitió, y lo que se me ocurrió fue hablarles de esa sentencia de Jorge Luis Borges en la cual afirma que existe <<un solo libro universal>> y que todos estamos escribiendo apartes de esa obra. Lo que yo entendía y quería explicar era que los temas y las imágenes que explican nuestras vivencias son las mismas, repetitivas a morir y que justo en ese único y eterno borrador es que se reescribe incansablemente nuestra historia.
Sin embargo, el asunto no es tan abstracto ni
complicado. Les aduje que el origen del Palimpsesto fue muy simple: consistió
en una técnica utilizada en la edad antigua y media, para ahorrar los trozos de
papiro (que era el papel de entonces) para escribir textos sobre el mismo
papiro luego de borrar malamente el escrito anterior. Debido a que no se podía
borrar del todo, los rastros de las viejas grafías se mantenían presentes
creando una doble o triple lectura, con planos superpuestos y efectos extraños
para el lector quien en vez de leer ahora un solo texto, gracias al <<efecto
palimpsesto>> podía leer varios mensajes escritos en tiempos distantes
como de un siglo a otro y más.
Lo demás,
devino en simples comparaciones, en poesía y en símbolo. Les traté de comparar el
efecto palimsesto con la acción de pelar una cebolla; para efectos de conocerse
uno a sí mismo, había que despojar las capas de la conciencia, como si la
conciencia fuera una cebolla, y abrir los ojos ante las huellas imborrables del
camino recorrido.
Los disuadí de que el papel utilizado varias veces
para reescribir mensajes, amen de constituir un ahorro de material, no era de
ningún modo una manera chambona de escribir, sino todo lo contrario, un modo de
evitar la pérdida cada vez más flagrante de la memoria; de olvidar nuestros
errores y de perder la experiencia colectiva. Por eso es que repetimos tanto la
historia y tropezamos más de una voz con la misma piedra.
Cuando uno de los alumnos levantó la mano para
preguntar algo, yo lo frené en seco << ¡chisssst!>>, le dije, no me
interrumpa, que se me puede ir la inspiración, y continúe con mi perorata. La
imagen del Palimpsesto, se me ocurre, me lleva a pensar en las múltiples
significaciones de un escrito, en el efecto del lenguaje sugerente y hasta en
la trampa que la existencia le pone al olvido para que este no carcoma lo
vivido, porque eso sí, lo comido y lo bailado nadie se lo puede quitar a uno.
En cuanto al <<efecto palimpsesto>> sobre
la poesía, esto sí lo considero como harina de otro costal y por respeto les
dejo cualquier transcripción sobre el asunto a los poetas. Las huellas del
caminante están dulcemente atadas al papiro que las contiene; los rostros de la
incertidumbre son imborrables y omnipresentes, dirían los filósofos.
Pero no puedo comenzar a responder sus inquietudes, mis
caros contertulios, continúe diciéndoles, sin antes comentarles sobre uno de los
símbolos literarios que más me ha conmovido cuando pienso en palimsestos,
reescrituras, mensajes imborrables… tachaduras imposibles. Se trata de comparar
la hoja de papel o el papiro— si queremos ser finos y reminiscentes— con
nuestra mismísima piel. Y Kafka lo logró. Lo consiguió con su personaje del
cuento: En la colonia penitenciaria.
Léanselo, les supliqué, es breve, allí se aplica aquello de <<la letra
con sangre entra>>: una máquina con agujas punzantes diseñada para
ejecutar el suplicio cifrará sobre la piel desnuda del ciudadano caído en
desgracia, con la tinta sangre de la misma víctima, la sentencia perentoria y
totalitaria de nuestro tiempo “Sé obediente”.
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