Una novela de José Díaz-Díaz: El último romántico
Por Ernesto Olivera, poeta cubano.
La novela del escritor colombiano José Díaz-Díaz y nos llega como
una propuesta experimental de evidentísimo interés. A continuación, puntualizo
algunos de los aspectos que me impresionaron gratamente los cuales comparto con
particular complacencia.
Un librero retirado
narra las aventuras de un ingenuo y joven provinciano perdidamente enamorado
del mundo de los libros quien dedica su corta vida a escribir una novela con la
pretensión de que el éxito obtenido le otorgue sentido pleno a su caótica
existencia.
Un exquisito y
rebosado erotismo tropical va hilvanando los diversos episodios del entramado
de las dos ficciones: la “real” que escribe el autor y la ficticia que escribe
el personaje. La picardía criolla, la guasonería y el humor picante salpican
las páginas del texto total conformando un escenario tragicómico donde todo va
en serio y nada es serio, salvo las reflexiones puntuales sobre la inminente
muerte de los libros de papel y el advenimiento de los libros digitales con el
triunfo de la era de la Internet.
Escrita en un lenguaje
coloquial unas veces, y otras en un lenguaje depurado, la dramatización nos
vapulea entre lo anodino y lo sublime, entre lo sencillo y lo profundo, todo
ensamblado en el color local del pintoresco paisaje colombo-venezolano.
La parodia de la
novela dentro de la novela, teñida de un sustrato poético que emociona,
ensambla la alegoría perfecta de la contradicción central de nuestro tiempo:
mixtura de valores, las dos caras de la misma moneda, LA VERDAD Y LA MENTIRA
fusionadas en una sola.
El protagonista,
cándido antihéroe de pies a cabeza, en compañía de su duende de cabecera, un
enano sabio y visionario, atraviesa por un sinfín de episodios desde su niñez
vivida en Manizales hasta su estado adulto, entre Bogotá y Caracas, en medio de
patéticas experiencias y sobresaltos y también de reflexiones puntuales, que
conjugan sentimientos como el miedo a la muerte y el amor desbocado por la
literatura, con la crítica de la cultura de la sociedad de consumo.
Desde la mágica mirada
latinoamericana, y de su telúrica condición paradisíaca situada en la periferia
del desarrollo y la civilización, sus personajes irradian ese ingenuo y
peculiar modo de ubicarse e interpretar el mundo de hoy. Y desde este mismo
espacio primordial emergen chispazos de sabiduría donde lo vernáculo y
autóctono se apropia de una elemental alegría local para emular los rezagos a
ultranza de la actitud romántica de la vida provinciana. Allí, su personaje
central será el símbolo del último romántico.
En el plano ético
compara los cánones del romanticismo histórico del siglo XIX con la
vulgarización y pérdida del refinamiento del hombre de hoy La famosa frase:
“¿Quién que es no es romántico?” le sirve de puerta de entrada para centrar a
su actor principal en la validez de su periplo. Dos fábulas ocupan la obra en
cuestión. La fábula mayor, la que cuenta el librero, se desarrolla durante la
segunda mitad del siglo diecinueve lo que le permite evocar con melancolía
simulada las características de las costumbres culturales antes del
advenimiento desbocado de la globalización, de la tecnología y del reinado de
la Internet. El personaje vive el desgarramiento de unos hábitos culturales
signados por la influencia de la lectura de libros de papel y la inesperada
irrupción de la era digital. La fábula menor, la que escribe el protagonista
Gerardo Antonio, se desarrolla a partir de la segunda mitad del siglo XIX lo
cual le permite al autor remitirse a la conjunción histórica hispano-americana.
Un vocabulario decimonónico se apropia de las descripciones que corresponden a
esta parte de la novela.
En el campo de la
crítica social, que transcurre a través de toda la obra, es pertinente traer a
colación la alegoría de los mendigos y desamparados (página 151) que deambulan
por la ciudad de Bogotá como mancha que delata la doble moral que pretende
sobreponer la imagen a la realidad, la apariencia a la verdad.
La narración permite varios tipos de lectura que va desde lo
elemental para el lector bisoño y común, hasta lo erudito para el lector
avezado. De signo híbrido y polisémico será el lector activo quien cargará con el
trabajo de decodificar el sentido del supuesto caos y cosmos que subyace a lo
largo de la doble narración, que soporta varias voces y planos justamente para
enfatizar la pluralidad de significaciones y sentidos.
Con ese sustrato
poético que respira la obra a lo largo de sus páginas, la novela logra un tono
literario tanto en la universalidad de los temas que propone, hasta en el
tratamiento de los personajes que verbalizan con transparencia la expresión de
sus conciencias, en el vocabulario propio de su habla regional llegando a veces
a los límites de la jerga (Ver en el capítulo 30 el diálogo entre Ernesto el
guajiro y Oscar el uruguayo.)
La psicología de
algunos de sus héroes y antihéroes (la relación lésbica de Elizabeth, por
ejemplo) confeccionan caracteres que deambulan entre lo definido y lo
dubitativo, entre lo sesgado y lo híbrido, remitiendo a un contexto sociológico
de tolerancia y permisividad que supera y se antepone a actitudes
fundamentalistas y dogmáticas o verticales y autoritarias que todavía persisten
en el entorno real de hoy.
El rebosado erotismo
tropical va anudando los diversos capítulos del entramado de las dos ficciones,
la que escribe Rubén Eduardo( el librero, el actor de carácter) y la que
escribe Gerardo Antonio (el actor de la liviandad dionisiaca) como cantos a la
vida que reconfortan el simple hecho de vivir. La sensualidad inmersa a lo
largo del discurso es como el bálsamo que ayuda a trascender las verticales
preguntas existenciales sin respuestas y los oscuros vericuetos de sus psiques
escindidas que sufren los actores. Y algunas palabras inventadas más allá del
diccionario exaltan la creatividad del eros, como una forma de mostrar el
desbordamiento de la conciencia sobre el lenguaje.
No menos importante es
el rol que se le concede a la mujer en el ensamble de las connotaciones de la
saga. Entre otras cosas, los varones terminan siendo los débiles y las mujeres
las fuertes, las mejor dotadas para sobrellevar la carga del destino. De hecho,
el personaje principal luce inseguro y confundido (ver pág.72) en una clara
alusión al falso machismo y en puntual exaltación del yo desexualizado,
andrógino. También, el santoral femenino católico hace presencia reiterada con
sus santas patronas que protegen a sus habitantes, desde los extramuros de las
ciudades. Es evidente que se quiere enfatizar la religiosidad inherente a esas
comunidades. En otro segmente del relato, Elizabeth, madre de Gerardo Antonio,
retoma el doble rol de madre-padre, (pág. 51), aniquilando el rol masculino.
Lisandra, la compañera del protagonista, es la hembra poseedora del poder de la
sobrevivencia y de la fortaleza maternal que conjura todo peligro. Ella es el
camino para recuperar lo esencial y original de toda convivencia por el despojo
de lo superfluo sobre lo útil y práctico. Ella materializa el imperio de lo
instintivo sobre la indecisión de toda conducta elaborada. Mara es el epítome
de la bondad. Eugenia es la creativa literaria de la jácara quien le apuesta,
hasta las últimas consecuencias, su porvenir a revivir el mito de la eterna
juventud a través del teatro. La ternura de Sarah la lleva a redimir a su
victimario, condolida por el sufrimiento de éste. Al respecto dice:
Sin embargo, tengo miedo de que me pueda enamorar de Koichi, por esa
mirada triste e infantil siempre en su rostro estoy segura de que me ama, y a
mí me da temor de aceptarlo, así como es ya que me produce más lástima que
enfado. Indaga tú letrado sabelotodo, en los abismos del corazón. (Pág. 132).
La simbología que
envuelve la trama en su totalidad, es la metáfora de la decadencia, territorio
en el cual son los enanos (sarcásticamente los más pequeños y superdotados) los
portadores del estandarte de la paz y la convivencia. Luciano el liliputiense,
quien asume como visionario y superhombre, como mago y duende, como personaje
real y ficticio a la vez, es el paradigma que recoge la parábola de la
historia. En él se conjugan la grandeza y la miseria de los ideales del
protagonista.
El último romántico, se desarrolla dentro
de los rasgos de la postmodernidad, marcadamente influenciada por el uso de las
técnicas de la narrativa contemporánea. La construcción del texto total se
pliega y expande obedeciendo a una sintaxis de desbordamiento, a una urdiembre
polisémica, en contravía de la linealidad de la narrativa tradicional.
Cabalgando entre reflexión y narración, lo caótico, ambiguo y contradictorio se
enfrentan a lo lógico y formal. Todo es incierto, los personajes principales
son en extremo inseguros. El argumento central parece, a veces, diluirse para
abandonarnos en anécdotas sesgadas con la intención de que sean degustadas
estéticamente en sí mismas. El proceso creativo de la fábula menor o segunda
novela es descrito de manera que asistimos y participamos de ese parto
literario. Maneja a su manera, los tiempos, el flash back, el monólogo,
el fluir de conciencia.
trabaja el leitmotiv
para reafirmar la coherencia argumental y conceptual como es el caso del avance
reiterativo de los párrafos del relato que escribe Gerardo Antonio; de los
sueños recurrentes, de las constantes apariciones del enano, del olor a sándalo
que sustituye la presencia de la madre y de las siete muertes ficticias del
protagonista. A todas estas, el tema de la muerte acecha las aventuras del
personaje central en todo momento, muriendo varias veces mientras es seducido
por el fantasma de la inmortalidad.
Esta metaficción que
se asume como tal ya que no pretende ser histórica cien por cien ni tampoco
fábula totalmente, con alusión a personajes reales, con su cronología y fechas la
mayoría exactas, con la descripción de lugares fidedignos, con sus detalles de
época, apela a la verosimilitud, y a la credibilidad de la saga. Le hace un
guiño al lector para que comparta los códigos del juego y se entregue como
cómplice activo a una lectura de secretos compartidos que los llevarán por
caminos zigzagueantes y antinómicos entre lo intelectual y lo emotivo, entre lo
poético y lo racional, gracias a la fuerza virtual del lenguaje. También
inserta en sus páginas un collage de géneros literarios que van desde el Ensayo
a la obra de Teatro y la Poesía; y desde el discurso y la declamación, a la
comunicación epistolar, las canciones, y el e-mail. Utiliza el recurso de los
diferentes planos y niveles de narración, ya en primera persona ya en tercera y
de las distintas voces, que penetran el hilo narrativo sin aviso previo. Aplica
la herramienta del Intertexto y hace uso del recurso de inmiscuir la literatura
en la literatura, involucrando, por ejemplo, pasajes de Calderón de la Barca o
de León de Greiff, etc. para enhebrar las emociones y sentimientos de su
protagonista o de reafirmar sus postulados con los correspondientes de aquellos
clásicos.
La opción por el
recurso de la novela con final abierto, en el cual Ramón José es disparado de
la realidad intertextual hacia el futuro en la realidad histórica; y del cuento
en el cuento, con el salto y la concatenación o el encabalgamiento y la
convergencia de los personajes de uno en el otro, constituyen una muestra del
juego teórico entre lo real y lo virtual que novelan y ficcionan la Historia
real para conseguir esa atmósfera de un mundo postmoderno a la vez que absurdo.
Un aire surrealista entendido como prolongación permanente del romanticismo
acompaña el escenario a lo largo de todo el manuscrito.
La reflexión misma
sobre el arte de escribir, el ejercicio acompasado de borrar o corregir el
texto en el instante de su creación nos empuja a deducir que la única realidad
es el texto en sí. Por todo esto, repito, la parodia de la novela dentro de la
novela, con sus personajes de carácter en ambas, Gerardo Antonio en la primera
y Ramón en la segunda; y con sus comediantes de cabecera Luciano en la primera
y Roselino en la segunda, ensamblan la metáfora perfecta de la contradicción
central de nuestro tiempo.
Debo terminar diciendo
que su lectura engancha con facilidad al lector y lo induce más de una vez a
clímax hilarantes bajo el telón del frondoso paisaje latinoamericano, en
ocasiones donde la comunicación logra trasmutar verbo en vivencia.
Ernesto Olivera
Poeta cubano.
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