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Entrevista al escritor Jesús I. Callejas

Entrevista al escritor Jesús I. Callejas. 2021


Por la profesora Beatriz Libreros*


La Caverna, escuela de escritura creativa, se complace en presentar el texto de la entrevista que la profesora Beatriz Libreros le hiciera al escritor Jesus I. Callejas. La rigurosa unidad temática de la escritura de Callejas a través de toda su extensa obra, fusionada con su alterego histórico lo señala como un grande y laborioso escritor del sur de la Florida en donde el oficio de escribir es la vida misma en el dolor de crecer creando.






 

1. En su obra usted trata una variedad de tópicos. ¿Por qué combina tantos temas?


Siempre tuve afán por indagar. Ser autodidacta; escurrirme de las reglas me dificultó, y afectó, el aprendizaje. Siendo estudiante me busqué líos con profesores por cometer el “sacrilegio” de cuestionar el contenido de lo que impartían. No me conformaba con lo establecido. Revisaba alternativas; textos “clandestinos” y refutaba su autoridad porque descubrí que mentían. Desde cualquier ángulo ideológico todos han mentido y siguen mintiendo. Me interesa, en efecto, la diversidad de temas y sus inherentes métodos, que apuntan, supongo, a una idéntica búsqueda: el misterio del universo y la posición humana en sus desasosiegos. Es batalla despiadada: defender, más que atacar, un frente tras otro. En ocasiones a la misma vez, lo cual se torna en un drenaje terrible. La gnoseología también llegó a la literatura y está bien, porque el ansia de saber ignora confines y la interconexión es válida. Me apasiona la indagación más que la meta. Todo me atañe, a pesar de la vejez, y no desdeño sino la apatía, que es el peor desastre de la emocionalidad. Mal de nuestra época. El síndrome del borrego y monumentos a la imbecilidad en cada esquina. Cuando observo jóvenes más viejos que yo siento pesar y frustración.


2. ¿Qué tiene que ver esto con su vida?


Escribo ficción biográfica. Por ende, todo tiene que ver con mi vida; inclusive lo que ocurre en el hemisferio opuesto. Desde el momento en que una frugal noticia o alguna anécdota trivial entran en mi ámbito y se archivan también me pertenecen. Yo hubiera querido ser un aventurero cultivado, pero no se dio. Tuve la disposición, pero no los medios, ni la habilidad. El cineasta Joseph Losey decía que todo es político. Lo creo. Claro, esto lo sabemos desde Aristóteles, pero quiero enfatizarlo en el muy apremiante ámbito de la cultura contemporánea. Nadie puede evadir su entorno; ni siquiera un ermitaño. La diferencia estriba en la forma en que se recibe, experimenta y reprocesa. Padezco de curiosidad inextinguible.


3. ¿Esto es porque usted tiene una mente muy dispersa, con muchas opiniones sobre diversas cosas?


Tengo una mente dispersa y a la vez precisa porque soy un neurótico y el método operacional de un neurótico, o de no pocos de los de nuestro “clan”, es mezcla de impulso y reflexión menos desordenada de lo aparente. Es la ventaja sobre los incapaces de autoanálisis y empatía; o sea, casos de trastornos mentales más graves. Mis diversas opiniones confluyen y divergen. Un proceso imparable, cíclico quizás, de concertar y desmantelar. No es lúdico; es vital. El neurótico funciona mejor de lo que se cree, pero desconcierta por las ráfagas de sus cambios emocionales. El desajuste mental puede servir de herramienta terapéutica para la indagación artística o literaria. Está ampliamente comprobado. El “loco” percibe lo que otros no y por eso se le empastilla, o se le encierra. En culturas arcaicas era reverenciado como enlace con los dioses. Arte y literatura aportan casos notables de “orates” lúcidos. La terminología se transforma, y en estos tiempos de “corrección” las sirenas oficiales son más eufemísticas. En la infancia, porque hablaba solo y apenas con cinco años me escondí tras una puerta a “pensar en José Martí” se me remolcó a la consulta del psicoanalista. Me ubicaron con diligencia en el corral -aparentan tener carteles como las jaulas de los zoológicos- neurótico-paranoide; entonces, maniaco-depresivo; en la actualidad me consideran bipolar… funcional, dicho sea de paso. No para ahí. En el vestíbulo de la vejez, se me ha catalogado de esquizoafectivo. O sea, fronterizo con la esquizofrenia. Debo tomarlo con hilaridad pomposa, pues supone un retoque de “prestigio” en mi currículo insano. Veremos cuál es la próxima; porque algo más deben tener oculto bajo la manga. El sistema me llama disfuncional; sin embargo, ha cometido abusos y atrocidades que no pasan por mi lesionada psiquis. Nos irrespetan, condenan y apabullan cuando no secundamos sus nocivas acciones. Están más “locos” que sus pacientes. Son ellos, sociópatas que detentan el poder, los verdaderos disfuncionales. Un grotesco sistema de masificación reduccionista hasta el pragmatismo de sustituir meras definiciones y nada más. Actualmente no tengo quejas al respecto. Ya no me afecta. Dejaron de invadirme la mente con su impudicia. Logré desalojarlos.


4. En ¨Memorias amorosas de un afligido¨, el protagonista reflexiona de manera crítica sobre la sociedad en la que vive y plantea que en el arte ve una salida a su frustración ante la vida, ¿piensa que el arte es en realidad este tipo de salvación para las personas?


El arte nunca es salvación. De serlo la temporalidad lo aniquila. Las reflexiones y las piruetas formales alivian, pero se diluyen y hay que comenzar de nuevo. Lo considero consuelo o evasión en que se intenta “mejorar” las imperfecciones del mundo sensible, y del otro (si lo hay), aun sin conocerlo. El sistema interviene sin tregua en la conducta de sus miembros, por lo general para reprimir porque se desatiende lo individual, causa inevitable de la crisis. Acepto que la criatura humana participa de un conglomerado; pero se concede estrecho margen al necesario respeto de la individualidad. Somos bestias, pero seamos bestias con algo de buen gusto. En mi trabajo procedo a denostar y ridiculizar la sociedad cuando, arrogante y cursi, pisotea -y lo hace de manera continua- mis derechos. Tampoco ansío “el paraíso del buen salvaje”, perfecta falacia de los vendedores de espuma, simuladores que dicen una cosa y hacen otra. Memorias amorosas de un afligido fue mi intento -lo autobiográfico se impone, es inevitable- de fundamentar una trilogía complementada por Yo bipolar y Los míos y los suyos, trabajos que se decantan por otros rumbos, en los que el protagonista, “el mismo que no lo es”, se desespera por comprender, ello visto como sinónimo de amor, el mundo a través de lo sensorio. Algunos despistados afirmaron que estaba haciendo pornografía pretenciosa -el epíteto me llueve sin cesar, por cierto-, pero en realidad se trata de una indagación muy cándida, opino, en los vericuetos de un hedonismo torpe; inofensiva metafísica de bar y sexo. Es una novela porno-existencial, en la línea de patrones clásicos que me atraen por permitirme mezclarlos con lo experimental.


5. En el libro ¨Yo bipolar¨, usted está aceptando la existencia del trastorno de personalidad de la bipolaridad desde su mismo título. ¿Tiene conocimiento sobre esta enfermedad mental? ¿Qué tanto sabe acerca de su manejo desde el punto de vista psiquiátrico con medicamentos?


Yo bipolar es una novela épico-emocional. En este caso el personaje, que exhibe otras características en su bagaje biográfico, toma la vía contraria al casi encerrarse en su cúpula y renuncia a lo “vano” en favor de la evasión y la contemplación estética. Siguiendo un poco a Schopenhauer, a quien admiro pese a contradecirlo en varios puntos. Se sitúa en las antípodas. Experimenta el mundo desde lejos, remiso y cada vez más paranoico. La mente es su refugio; se torna bastión contra el entorno invasivo de lo cotidiano, de lo vulgar en sus “sanos” detalles. En cierto momento le cuesta discernir entre “real” e “ilusorio”; arte y literatura lo salvan de lo psicótico. Es la Capilla Sixtina en la mente de un trastornado con ínfulas de misántropo sin dejarlo en paz con su perenne bombardeo de imágenes y cuchicheos. Sí, acepto y asumo el trastorno bipolar con su sube y baja entre la ansiedad y la depresión. La pesquisa de mi condición me lleva a la observación ajena con esmero. Es más un trabajo de inducción que quiere mantener la demencia a distancia saludable: literaria. Una canalización aséptica. Mi bipolaridad experimentó curioso intercambio, al parecer auxiliado por la andropausia. De joven era más ansioso que depresivo. Hoy es lo contrario, pero cuando arranco no paro hasta que el cansancio de la fisiología me derriba. Las trampas bioquímicas sostenidas por el complicado bagaje sociológico me han colocado en un estadio que aparenta ser diferente, cuando al parecer es una variante. Tal vez es lo mismo y no lo es por su incesante movimiento dentro y fuera de la mente. Por los manidos conceptos de tiempo y espacio. Quién sabe. Soy un paciente que padece una condición, como digo, crónica. No hay solución, no hay cura; únicamente un largo, intrincado aprendizaje que conduce a la adaptación, pero a regañadientes. Se trata de vivir con la enfermedad y me apoyo en la luminosa frase “Lo importante, lo importante no es curarse, sino vivir con sus males”, dicha por el abate Galiani a Madame d’epinay, mencionada por Gide y Camus. Los medicamentos psiquiátricos son parches en un muro que se fisura y derrumba sin remedio. Los he consumido en todas sus combinaciones. Son drogas de riesgo como el licor, al cual renuncié hace más de una década por cobardía y, peor, porque el dolor, que casi me envía a la morgue, impedía su total disfrute. El sistema nos droga con un arsenal de recursos que escandaliza, nos transforma en zombis, en clones, pero convivo con sus peligros. Se trata de adicción oficializada.


6. ¿En general, te interesa mucho la psiquis humana?


Seguro. Me interesa y cautiva tremendamente, ya que de ella me nutro como sanguijuela en cada inciso de mi vida. Nada es tan contradictorio y fascinante a la vez. Es un experimento dantesco ver la psiquis llevada del abismo a las alturas y viceversa. Siento profundo interés en la obra de Jung, por ejemplo, ya que la relación entre lo oculto y lo mítico en los pozos del inconsciente constituye impresionante potencial de revelaciones. Y también por eso me atrae bastante el estudio de las religiones, en el que la admirable obra de Mircea Eliade marca pauta.


7. Usted parece tener bastante conocimiento acerca del cine, y a veces como en el cuento de los maniquíes llamado ¨Subversivas¨, su estilo narrativo parece una rápida sucesión de imágenes. ¿Cree que, en este sentido, su literatura tiene influencia del cine?


Muy cierto. Mi literatura está atestada de cine. Soy un escritor tardío, a la inversa, ya que pasé del cine a la literatura. Casi nazco en una sala de cine. Mis padres eran cinéfilos furibundos y me inculcaron el ritual de ver por lo menos una película diaria. Mi interés por la lectura llegó cuando, por obvia disposición de edad, había pasado por cientos de películas. Crecí queriendo dirigir cine y en la adolescencia compré una cámara de 8mm con la que me extravié por innúmeros recovecos de La Habana intentando replicar el neorrealismo, aunque con ductilidad plástica. No podía evitarlo. Creía y creo, que cualquiera puede colocar una cámara en una esquina y registrar lo que le pasa por delante. Eso carece de bagaje artístico. No tiene mérito. Pero, no olvidar que incluso el neorrealismo tiene sus trampas “poéticas”. Arte y manipulación son consustanciales, y se hace necesario vigilar el comportamiento de los escrúpulos. Mis primeros escritos fueron notas de los estrenos que veía sin falta cada semana. Comencé a llevar filmografías de actores, pero aquello al fin me pareció frívolo y me dediqué a llenar cuadernos -llegaron a 25- con las de todos los directores que conocía. Monstruosidad de listas; eran papiros convertidos en torreones. Fui miembro de lo que restaba -ínfima cantidad de integrantes en su tambaleante etapa de transición- de la OCIC (Oficina Católica Internacional de Cine), actual SIGNIS, lo que me motivó a tomar el asunto del cine en serio. Conté para ello con un mentor, alma del grupo, que había sido uno de los más respetados críticos cinematográficos de Cuba: Walfredo Piñera. Mi deuda con este gentil hombre, grande en sabiduría y corazón, es impagable. De paso lancé Hollywood a la retaguardia y me involucré a fondo con el cine europeo -incluyendo, pese a mi reticencia, el del bloque de Europa del Este; llegando a sentir ilimitada admiración por cineastas como Wajda- y el japonés, descubriendo que no todo era Ozu, Mizoguchi y Kurosawa. El cine va primero y después la literatura, me dije. Después ésta ganó la reñida partida por dos razones. La primera: siendo un irritante neurótico obsesionado por el orden -y ello proviene de no permitir que el desorden rebase límites mentales y escape en desenfreno- soy incapaz de trabajar en equipo si no existe precisión, disciplina, rigor. Quería control absoluto sobre el trabajo. Megalomanía en pleno. La segunda, y más importante: la literatura supone un universo de superior complejidad en sus múltiples, engorrosas combinaciones. Cierto día, y demoré en percatarme, descubrí que intentaba una síntesis no intencional de cine con literatura y otras disciplinas artísticas. Sucedió y proseguí. ¡Cómo fusionar lo conceptual y lo intuitivo!, me preguntaba tortuoso. Qué difícil balance. Escribo con imágenes, fragmentadas muchas, casi más que con palabras. Las palabras en ocasiones pesan demasiado. Además, el ego de quien escribe lo impele a levitar sintiéndose creador, o si acaso demiurgo, que intenta renovar lo inmanente, y lo demás; ¿por qué no? también. El escritor, ideal para mí, trabaja y moldea solitario en su torre y allí sólo hay sitio para uno. Ridículo, pero no carente de belleza.


8. ¿Considera que puede clasificar su obra dentro de un estilo literario en especial?


Mis influencias fundamentales han sido la mitología, en especial la griega; el Renacimiento; la picaresca, cuya carga barroca me sobrevino a lo vendaval; y el cruel decadentismo francés del siglo XIX. Creo que barroco, expresionismo y surrealismo -éste prescindiendo de sus elementos politizantes y enfatizando los satíricos y oníricos- han sido mis mayores fuentes de estímulo. Con respecto a la literatura contemporánea soy afín a Joyce por lo experimental, pero no me considero un discípulo. Lo sigo hasta cierto cruce del camino. Soy un ecléctico y he tratado de buscar mi nicho; de configurar y ejecutar una sintaxis propia. Realmente, no sé si lo he conseguido, pero me empeño. No obstante, una vez que se encuentra nicho llega el afán de abandonarlo y proseguir buscando. ¿Qué? Lo ignoro. Es camino complicado. El Realismo Mágico me es ajeno. Su orbe no me atrae, aunque valore sus riquezas. A propósito, demoré en leer las principales obras del “boom” durante mi juventud para evitar “influencias”. Si algo en común me liga a algunos de sus cofrades no es deliberado. Pospuse por años la lectura de sus más encomiadas novelas -Rayuela, Cien años de soledad- y la verdad, no me arrepiento. Las leí por fin. Estoy al día.


9. ¿Cómo fue escribir la obra ¨Los Míos y los Suyos¨ con un narrador en segunda persona? ¿Qué sensación quería transmitir escribiendo con este estilo? En realidad, yo sólo conocía Aura de Carlos Fuentes. ¿Tuvo otros referentes para escribirla?


Los míos y los suyos, novela histórico-afectiva según mis pretensiones, es “síntesis” resultante de la supuesta tesis -Memorias amorosas de un afligido- y la antítesis -Yo bipolar- que a caprichosa guisa heraclítea intenté con la premisa del diálogo platónico, aunque esa estructura se rompe en ocasiones para beneficio del monólogo interior y a veces exterior, ya que el protagonista, una vez más, claro, vacila ante la tentación de la “locura lógica” como supervivencia inducida. Mi afán se enfocó en integración y dualidad, en alianza y deconstrucción de un personaje y la gente que encuentra en su desespero comunicativo. En las tres novelas el protagonista admite tácitamente, cuando no lo vocifera, ser estoico dinámico, se considera un desquiciado con tintes “heroicos”. Quiere enfrentar el ataque de “los otros” ilusamente. Nunca tuve la referencia de Fuentes, autor de erudición que no me atrae, sino la de los mitos, venero recurrente. Estoy más próximo a Sabato y a Mujica Láinez que a García Márquez, Cortázar y Fuentes. Consiguen con mayor limpieza estilística la fusión del que siente y piensa por igual, lo cual tremendamente me atrae, y es, sin dudas, difícil de atrapar.


10. ¿Usted ayuda a que el lector sea conducido en su lectura de acuerdo a sus propios intereses o no mucho?


No subestimo la inteligencia del lector por usar un “lenguaje rebuscado o artificioso”, según dicen algunos que creen conocerme y no me conocen. Tampoco mendigo su atención. El escritor tiende a resbalar en concesiones al lector, pero esto exige atención, cautela. Sigo un periplo de búsqueda, de especulación, y si alguien se suma, si muestra interés, lo valoro. Detesto la escritura hipócrita y tramposa para el enganche del que lee. No doy pistas ni explicaciones para tratar de congraciarme. En ocasiones ni yo mismo sé a dónde voy a parar. Si hay sorpresas, elemento que no caracteriza lo que hago, me llega a mí también y me desconcierta. Estoy desprevenido ante mis propias letras. Hay más respeto en escribir como uno lo siente, no tratando de gustar. El jueguito de seducción ante la página me recuerda Narciso frente a su imagen en el estanque. La escritura es atemporal... Eso pretendo. Me agrada saber que un lector hábil no siente lo escrito como crónica o evento pasado repetido a lo papagayo, sino experiencia viva; lo que está siendo, lo que está ocurriendo en el momento de fijar su vista en la página. Es testigo de lo que ocurre como si fuera la primera vez. Se renueva en su repetición. Nace y renace -no siempre igual y he ahí lo excitante- ante su lectura. Tal vez subrepticio, y deslumbrante. Hago un solo libro que se terminará cuando yo deje de habitar en este plano. Si se mezcla en la urdimbre de la hermandad literaria me satisfaría. Si sigue vía solitaria también.


11. ¿Los escritores tienen que encerrarse o salir?


Ambas cosas son imperativas. Huyo de la polarización… hasta en eso. ¿De qué vale ser un cocuyo sapiente si no se gozan los placeres “externos”? ¿De qué vale el hedonismo sin disfrute intelectual y artístico? Kant y Bukowski. Mejor: Borges y Bukowski; por no decir Borges y Roberto Arlt (no tan sórdido como el estadounidense). Hay que bajar de la torre al mundo vulgar y regresar a ella. La sapiencia es tan aburrida como lo primario. El escritor debe darse tiempo para todo. El escritor y el artista vibran ante cada estímulo. ¡Cómo soportar pues esta locura existencial que se acrecienta hasta lo delirante sin empujar la vida al límite!


12. ¿Usted para qué escribe, para desahogarse, o para llegar al lector? ¿Hacer un vínculo con el lector?


Me autocito: Yo escribo para sobrevivirme.


13. ¿Cómo le gustaría que los lectores lo vean?


Como un tipo que escribe a su antojo al margen del lucro. Que pese a los constantes palos recibidos no guarda rencores, que se ríe locamente y siempre quiere intentarlo de nuevo. Que no se rinde tan fácilmente. Soy escéptico; nunca un nihilista.


14. ¿Qué tan desubicado se siente siendo un cubano, viviendo en los Estados Unidos? ¿Cuántos años lleva allí?


Llevo casi cuarenta años en Estados Unidos y sigo siendo un paria. He hecho de todo para subsistir. Trabajé en lo que caía para ganar el bocado y para escribir lo que me viniera en gana.  Me rompí el lomo "de campana a campana". Con nadie tengo compromisos. Lo digo en mis libros y lo repito: la jornada ha sido feroz. Pensamientos suicidas, promiscuidad, alcohol, drogas y hasta arrebatos pseudomísticos desfilaron por el espectro vivencial. Quise recuperar lo que me habían quitado. La bohemia ayudó… por un rato. Para algunos la tentación de tirar la toalla es más fuerte que la de integrarse. Nunca la tiré, nunca me integré. Pero, la cuerda floja sobre el acantilado aterra. Me arrastran, pero salgo del bulto. Es agobiante. En Miami vi gente cercana a mí suicidada, muerta por enfermedades y accidentes, enloquecida y tapiada en manicomios. Crecí en Cuba durante una era espantosa que parecía sacada de una sombría película de espionaje en blanco y negro. La Guerra Fría imperaba en el tablero político internacional y la paranoia isleña se manifestaba salvaje. Era un niño cuando la Invasión de Playa Girón o Invasión de Bahía de Cochinos y la Crisis de los misiles, que casi desencadena una tercera guerra mundial. Prisión y fusilamientos eran el sangriento pan de cada día. Quisieron lanzarme como carne de cañón en Angola en 1976 pese a estar incapacitado para el ejército, pero me resistí furioso. Muchos prefieren olvidarlo. El “tonto útil” que diga lo contrario miente. Permanecí allí durante 25 años. Soy un hijo bastardo de la Revolución y no vacilé en escapar de esa madre devoradora. Pero, así como la condeno, la emprendo contra los de la orilla de acá. Trasplantaron la dictadura de este lado. Le doy ramalazos por igual a los pillos de cualquier facción y no me atribuyo superioridad moral al decirlo. Por eso no me quieren. No tengo bandos. Ni en Cuba ni en el exilio. En Cuba, por inevitable cuestión de clases y broncas raciales, se produjo una aberrante discriminación al revés. Nuestra generación fue culpada, como en lo del disparatado Pecado Original, por los abusos y desafueros de nuestros ancestros. Abominable. Hablaban de dialéctica y esto constituyó una flagrante corrupción de la dialéctica. Fui un budista o un estoico sin la menor noción de serlo. Me dije tras la dosis de odio semanal: Si lo bueno no dura esto tampoco durará. Algún día pasará el infierno. Me repetí: Si me detengo estoy perdido. Debo seguir. Así lo superé. Posteriormente me tocaron otros infiernos… He viajado por este heterogéneo país y por el mundo lo suficiente para reconocer y aceptar que soy un desarraigado. En un remoto hotel descubrí que, viajando entre desconocidos, estoy en casa. Soy un vástago de lo transitorio, como todos, pero lo sé con aplastante seguridad y ya no me preocupa.


15. ¿Cómo quiere que lo conozcan, como un escritor cubano, americano, o universal?


Eso me es indiferente. Quiero que me reconozcan como un buen escritor, o al menos como uno que intenta, evitando traicionar convicciones de marginalidad, mejorar su oficio sin encartonarse y sin desviarse del complicado sendero recorrido.



 

 *Beatriz Libreros es Comunicadora Social, escritora y periodista graduada de la Maestría de Literatura Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle. Trabaja como docente de lectura y escritura, en investigaciones académicas y proyectos audiovisuales.

 


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