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La crisis del hábito de leer y la novela filosófica

  La crisis del hábito de leer y la novela filosófica

© José Díaz-Díaz



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La caverna, escuela de escritura creativa

 

En estos tiempos de cambios drásticos debido a los efectos de la llamada globalización, no solo las relaciones económicas y políticas afectan a la sociedad y a los individuos, sino que también causan un reacomodamiento cultural que sepulta viejos hábitos e impulsa unos nuevos. Por supuesto, no todo lo viejo es inservible ni lo nuevo es apetecible.

Pero, vamos al grano: la llamada «novela filosófica» no goza de buena salud y el género novela en general, pareciera estar agonizando. Para poner en contexto el tema que me ocupa, debo precisar que, es el hábito de la «lectura profunda» lo que está en crisis.

 El facilismo provocado por la imposición del formato breve y corto del mensaje digital—como manera de comunicar—impulsado por la Internet, las redes sociales y La Media, aunado a la desidia por conocer a fondo sobre cualquier tema, propician la abulia para ejercitar el pensamiento crítico como método de acercamiento a un fenómeno cualquiera. Inducen al colectivo a colapsar en una pereza intelectual generalizada en donde la atención solo da para fijarse en un párrafo de pocos caracteres, en una imagen fotográfica, un meme, en un pódcast (contenido de audio) o, porque no mejor, en un video de corta duración.

Por varias décadas pelechó la falsa creencia impulsada por la publicidad de que: “una imagen visual vale por mil palabras”. Entonces los textos ilustrados saltaron a la primera línea del gusto popular. Sumémosle a eso el triunfal advenimiento de los íconos y los emoticones como preferencias significantes para enviar mensajes.  Ahora, las nuevas técnicas de lectura hipertextual que rigen el formato digital son las que ordenan cómo leer y qué leer.

Y es que el hipertexto, dadas sus características propias de conectividad y multisecuencialidad; de estructura en red, extensibilidad y interactividad; con sus nodos, enlaces y anclajes, llevan al lector por atajos y caminos que se bifurcan descentrándolo totalmente del foco de un solo tema.

 Al ser reemplazada, en gran parte,  la lectura en papel monotemática y rígida, por la lectura en redes sociales, ya sea esta del computador, de la tableta o del teléfono celular, la lectura en sí misma se dispersa convirtiéndose de lectura de ocio y recreación e información inmediatista y superficial, lo cual ha contribuido a acrecentar la pereza creciente por parte del público receptor, devenido en abúlico y acrítico y receptor de minimensajes empaquetados listos para ser consumidos.

Es necesario a este punto, hacer la salvedad de que no me estoy refiriendo a la lectura en pantalla de un e-book porque en definitiva al no ser hipertexto, no se ve afectada por las características antes señaladas.

Prosigamos. Ahora no se lee por placer, simplemente se lee la información, a vuelo de pájaro y ya. El cerebro descansa en paz. En este sentido, el hecho histórico de leer menos o no leer, es uno de las consecuencias de una tecnología global que propugna por una pasividad acrítica del consumidor. Es el signo de la nueva sociedad empobrecida de espíritu. Es la era de la desinformación, la postverdad y el negacionismo que pelecha en terreno baldío a la verdad.




El ejercicio de una lectura sopesada, juiciosa y crítica, como lo demanda una narrativa de género de novela filosófica, se ha convertido en nostálgica obsolescencia. Un libro de más de trescientas páginas atemoriza al más animoso lector. Ya nadie quiere dejarse llevar y perderse en la magia de un bosque de muchos árboles. Con atisbar unos cuantos arbustos le es suficiente. Así que el tiempo del diletantismo intelectual y la digresión inteligente (propios de la novela filosófica) ya no tienen cabida.

¿Quién lee al chileno Roberto Bolaño en su novela de mil cien páginas llamada 2666? Quién se atreve a leer: La broma infinita del autor estadounidense David Foster Wallace, de mil y pico de páginas o, yendo más atrás, ¿quién se le mide a: ¿El hombre sin atributos del austriaco Robert Musil (de setecientas paginas)? El Ulises del irlandés James Joyce o, En busca del tiempo perdido del francés Marcel Proust pasan a ser meros referentes para entendidos en la materia.

Sin embargo, para no convertirme en un «profeta del desastre», debo admitir que un subgénero literario como lo es el Cuento, parece haber encontrado un nicho histórico para tomar fuerza y desarrollarse como un genuino formato donde los pocos lectores que aún quedan pueden abrevar y nutrirse de una buena metáfora narrativa. Y no es que el Cuento no haya coexistido con la Novela desde siglos atrás, es más, es anterior al mismo relato novelado, sino que ahora, es valorado como un género mayor con posibilidades estéticas tan válidas como la novela. Cortázar tiene ensayos valiosos sobre esta relación entre cuento-novela y como contrapartida, Borges nunca quiso escribir novela para gratificarse en esa cualidad eximia del cuento como lo es la de su precisión, concisión, y rotunda unidad de forma y contenido.

Y es que el fenómeno tecnológico por el que estamos atravesando en esta época de globalización, incide, además, en el comportamiento de las nuevas generaciones, de manera definitiva, principalmente a partir de los «Milenios». La incursión de la lectura digital propiciada por la nueva tecnología, así como ha popularizado el acceso al texto literario convirtiendo la Red en una biblioteca universal gratuita, también ha modificado la manera de leer en textos de plataforma de redes sociales. La desatención y falta de concentración al leer un texto cualquiera es asunto de agravamiento desproporcionado cuando se hace no desde un libro de papel sino desde las plataformas de las redes sociales ya que el bombardeo de la red con los Links que atraviesan como flechas la columna vertebral de la lectura, fácilmente descarrilan el rumbo del tema escogido.

De todas maneras, concurrentemente con el ocaso de la temática de la novela filosófica, se viene cocinando una técnica narrativa nueva, una fórmula salvadora que consiste en superar el camino del argumento como guía de la historia a contar. Es decir que el eje conductor de la nueva novela no es “la trama” sino que está constituido por las espesas capas y subcapas de un lenguaje significante que en sí mismo narra su historia. Y de nuevo doy como ejemplo a la novela 2666 de Roberto Bolaño.

Bueno, «amanecerá y veremos». Las formas expresivas del arte cambian, la formas de narrar cambian, las formas de convivencia convergen y divergen en insólitos acercamientos que parecen lejanías. En cualquier caso, hay que seguir leyendo y en el formato que sea. Porque lo que está detrás de la lectura es la comunicación, y esta es quizás el don más preciado que tenemos para no morir en el vacuo vacío del silencio.



    

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